Deia 22/12/11: "Santo Tomás puede con todo", productos slow en la feria

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 Tomates de árbol de Perú, un cowboy de mediodía, alubias de Fruniz mataselladas con la distinción del slow food, un Rey Mago en crisis, un duelo de gallos, el yorkshire que comía talo con chorizo y amor, mucho amor en el día grande de Santo Tomás, donde los alegres devotos del santo superaron un aluvión de adversidades. Pese al regadío del pertinaz sirimiri que bañó el día y más allá de las turbulencias del metro, el mercado de Santo Tomás sobrevivió a los avatares y, tras un lento arranque, recibió la visita de casi 100.000 visitantes. «Igual faltan los que sobran», aseguraban los productores -trescientos, en números redondos…- que festejaban el descenso de voyeurs, «los clásicos mirones que solo te joden e incomodan al comprador», según la gráfica descripción de un baserritarra.

Por primera vez en su larga vida -65 años ya…- el mercado de Santo Tomás vio la luz tras una inauguración oficial donde el alcalde Iñaki Azkuna, el diputado general, José Luis Bilbao y Mario Fernández, presidente de BBK, encabezaron una corte que paseó entre los puestos tras cortar, con tijeras de plata, la cinta inaugural. Para entonces sobre el alcalde ya revoloteaba una nube de jóvenes cazautógrafos del colegio Maristas, una estampa que llevó al alcalde a brindar una salida chirene. «Mi autógrafo solo sirve para las multas, pídeselo a Llorente», bromeó el edil. Al cabo estampó su firma antes de que uno de los capones que cría Juan Zabala, domador de aves feroces (tenía pavos de 30 kilos de peso con más muslo que la mítica Marilyn…), se le encarase. «Hemos aguantado muchas cosas en la vida y aguantaremos esta también», predicaba Azkuna, quien no hablaba del gallo vacilón sino de los avatares del metro.

Ya con el día en pie, sonó el gong de los primeros descorches de txakoli al filo de las diez de la mañana (para los más audaces es el clásico desayuno santotomaseño…) y entró en escena Bernardo, El Suizo, tocado con un sombrero de vaquero («he montado a caballo toda mi vida y mejor es aparecer así que calvo», asegura, destocándose…) y casado con una etxekoandre de Indautxu. «Sácame, sácame que yo soy muy fotohigiénico», pide con sorna, antes de alejarse tras una procesión de txalapartas, trikitixas, albokas, panderetas, txistus y tamboriles. La suya es la silueta de un cowboy de mediodía.

¿He dicho cowboy…? Santo Tomás es, amén de la gran liturgia del agro vasco y el milagro de la multiplicación de los talos y los txakolis, un día de historias curiosas. En él se dieron cita, por ejemplo, un hombre vestido de aldeano con una cesta rebosante de productos del campo bajo el brazo, acompañado por otro de chupa claveteada, «un urbanita». Viéndoles avanzar juntos entre la marabunta la escena parecía rescatada de Brokeback Mountain, la legendaria película. Eran felices…

Y con ellos las miles de personas que daban buena cuenta de las existencias, bien en directo o bien en diferido, llevándose a casa quesos y pastel vasco, alubias -la agrupación Bilboko Konpartsak preparó, a borbotones, unas de Fruniz, plantadas entre maizales y servidas junto a los dos cerdos de Ibarrondo asados a fuego lento…-, capones, miel y nueces o manzanas con roña, las más demandadas. Se vio, eso sí, algún que otro contrapunto curioso y un punto inquietante: por ejemplo, un rey mago –Melchor para más señas…- que mendigaba entre los paseantes. «Oriente entra de lleno en la crisis» se oyó chistar a un jatorra.

Es la una del mediodía menos cuatro txakolis y los cocineros de Geugaz Jan, con Iñigo Ordorika, Karlos Kortabitarte y Juanan Zaldua al frente, ofrecen jugosas pechugas de lumagorri a los visitantes. Para entonces ya se intuye que no habrá un reventón. «Déjese de lluvias y de metros, es la crisis, amigo, que azota duro», observa un productor. Vende un queso que se le va de las manos, por mucho que se no se anuncie con luces de neón o con carteles tan extravagantes como el de Farmalimentos que puede leerse en el puesto de quesos de cabra Erreketa. Puestos en clave de sol (en clave gente sana, quiero decir…), también ha de tomarse nota del txakoli Artzai, elaborado «con ecorracimos».

Iba y venía el gentío entre los puestos, en busca «la felicidad por veinte euros», el presupuesto que manejaba, por término medio, el tropel de jóvenes. Ellos son la inmensa mayoría a partir de las tres de la tarde, cuando ya comienzan «las lágrimas de sidra y txakoli…», dicho sea con la licencia de los poetas. Los borrachos siempre lloran y en ellos están cuatro aficionados del Oviedo -se han encontrado la fiesta de bruces…- mientras los altavoces lanzan el himno del Athletic a dos metros de ellos.

Muy cerca de ese retablo de lágrimas un yorkshire come talo con chorizo. Han oído bien. Su dueña, recelosa de que la historia vea la luz, asegura dedicarse a la crianza de animales de esa raza. Presume de varios campeones mientras acaricia a un animal que desdeña el talo a palo seco y se relame cuando este abriga un cantimpalo… ¡Insólito! Un puñado de etxekoandres pasan a su lado a la carrera cuando arrecia la lluvia «Te dije lo de los huevos», dice a una otra. «… A Santa Clara», como si regañase. Otras procesiones, bien regadas, andan más despacio. El mundo se ha detenido para ellos a los pies de un santo al que veneran.

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