La hamburguesa de 200$

Publicado en Centro de Estudios
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(LA VANGUARDIA JUEVES, 10 MARZO 2011)

El bajo precio de la comida rápida esconde enormes costes socialesymedioambientales

 

ANDY ROBINSON

Madrid

 Con políticas de descuento hechas a la medida de la recesión, las grandes cadenas multinacionales de comida rápida como Burger King y

McDonald’s crecen como la espuma en esta crisis. Otros alimentos se encarecen, pero Burger King ha desplegado una agresiva campaña publicitaria para promocionar el menú King Ahorro, hamburguesa y bebida, a sólo 1,99 euros. McDonald’s aumentó su volumen de negocio un 6,5% el año pasado y quiere abrir 55 nuevos restaurantes hasta el 2013, seduciendo a jóvenes parados con una comida Big Mac que incluye Coca-Cola gratis. “Queremos que el consumidor perciba que por cada euro que invierte recibe un valor superior a esa inversión”, explicó un portavoz de Burger King. Pero, según sostiene el economista Raj Patel en su nuevo libro, Cuando nada vale nada (Sin Fronteras, 2010), la cuestión que deberíamos estar planteándonos cuando compramos un Whopper o un Big Mac no es lo que vale, sino lo que cuesta. Porque si se incluyen las llamados externalidades –los costes externos medioambientales, sociales, de salud–, el precio de una hamburguesa podría ascender a 200 dólares (140 euros). “Hay costes que no están en la etiqueta del precio del Big Mac, pero, no nos engañemos, alguien los va a pagar, probablemente, el que menos recursos tiene”, dijo Patel en una entrevista telefónica. El novelista Jonathan Safran Foer coincide en su último libro, Eating animals:

“200 dólares no es una hipótesis, no es un número imaginario;  es lo que verdaderamente cuesta una hamburguesa”. He aquí algunos costes externalizados

de la hamburguesa globalizada, que no pagarán ni McDonald’s, ni Burger King ni Wendy’s sino la sociedad en general.

1. Recursos.

 La producción masiva de carne “pasa una factura enorme en cuanto a energía, uso de agua y la huella de CO2”, dice Brian Halweil, del Worldwatch Institute en Washington. Si la carne proviene de áreas deforestadas, los costes a largo plazo son aún mayores. Cada vez más carne de vacuno en hamburguesas estadounidenses proviene de Brasil, con 205 millones de cabezas, el primer exportador del mundo.

No es casualidad que el grupo financiero 3G, que acaba de hacerse con la mayoría de Burger King, pertenezca a tres multimillonarios brasileños. El ganado es

el primer responsable de deforestación en América Latina y Asia, según Greenpeace. Según un estudio de la Universidad Tufts, los offsets –compensaciones–

necesarios para compensar todo el CO2 generado cada año en la producción de Big Macs tendrían un coste de entre 5.200 millones y 25.400 millones de euros. La factura total de la degradación del ecosistema como consecuencia de la industria globalizada de alimentos puede ser de 47 billones de dólares. Si la carne proviene de EE.UU.oEuropa, habrá menos coste en CO2. Pero hay otra externalidad que las cadenas de fast food no pagan. Las subvenciones al maíz –principal alimento del ganado en EE.UU.– rebasan los 3.200 millones de euros al año. En un momento de draconianos recortes presupuestarios, esta subvención a la hamburguesa es difícil de justificar, coinciden Patel y Safran Foer.

2. Salarios.

El segundo coste escondido es el que el Estado –sobre todo en EE.UU.– tiene que asumir como consecuencia de los salarios míseros en el sector de comida rápida. El salario medio de un trabajador de McDonald’s o Burger King en EE.UU. es de 15.000 dólares al año (11.000 euros). Para los trabajadores, sobre todo si tienen familias dependientes, esto no es suficiente para subsistir ni para pagar un seguro médico. Por tanto, el Estado federal debe asumir el coste, mediante una “subvención social”, bien sea proporcionando un seguro médico bajo el programa público Medicaid, bien sea mediante ayudas económicas a familias pobres. Cuarenta millones de personas en EE.UU. reciben ayuda alimentaria, los denominados food stamps o bonos para comprar alimentos. Y, en una paradoja grotesca, muchos de ellos son trabajadores de fast food. Según Patel, el coste de estas subvenciones sociales, concretamente a los trabajadores de Burger King en Estados Unidos, rebasa los 195 millones de euros al año.

Luego están los proveedores de las cadenas. Los trabajadores del tomate en las huertas de Immokalee (Florida), por ejemplo. Han denunciado en algunos casos

condiciones de esclavitud, ya que deben dinero a sus empleadores que, con sueldos de cuatro euros la hora, jamás podrán pagar. Cobran tan poco que muchos

reciben ayudas alimentarias de la Cruz Roja, explica Patel. Pero cuando los trabajadores pidieron públicamente que las cadenas de comida rápida McDonald’s, Yum (Kentucky Fried Chicken) y Burger King apoyasen un moderado aumento de sus salarios, todas se resistieron. Burger King utilizó espías para infiltrarse en el sindicato Coalición de Trabajadores de Immokalee. Finalmente –tras una campaña nacional–, las cadenas cedieron.

Ahora, la historia puede repetirse en España. Según Felicity Lawrence, reportera de The Guardian, existen condiciones de esclavitud en las huertas de Almería de donde provienen los tomates usados en el gazpacho Alvalle que McDonald’s destaca como prueba de su nueva voluntad de ser una cadena de comida sana.

3. Salud.

 La tercera externalidad es el coste de enfermedades relacionadas con la comida rápida.

Según un estudio estadounidense citado por Patel, el coste del consumo excesivo de carne en EE.UU. se sitúa entre 21.000 y 42.000 millones de euros al año.

En Europa, crece la preocupación por las consecuencias de aumentos del consumo de carne. La Agencia Española de Seguridad Alimentaría y Nutrición (Aesan)

advirtió la semana pasada que la pérdida de la dieta mediterránea en España coincide con un aumento preocupante del consumo de carne roja. El Reino Unido ha

aconsejado este mes a los británicos comer menos de 70 gramos de carne roja al día para evitar un elevado riesgo de cáncer de colon.

Cabe destacar que una hamburguesa doble Big King XXL de Burger King pesa 323 gramos. Asimismo, se extiende una epidemia de obesidad y diabetes. El 13% de los jóvenes estadounidenses son obesos y España empieza a pisarle los talones. El 9% de los jóvenes españoles son obesos, y uno de cada tres niños tiene  sobrepeso.

El Gobierno español calcula que 2.500 millones de euros –el 7% del gasto en sanidad– corresponde a la obesidad. Evidentemente, esto no es achacable exclusivamente al auge de la hamburguesa. Pero “la gente que consume comida rápida frecuentemente es más gorda que el resto”, dice Marion Nestle, de la Universidad de Nueva York. Y, según un estudio de la Universidad de Lehigh, la prohibición en Pensilvania de la publicidad de comida rápida redujo en un 14% el sobrepeso juvenil.

www.lavanguardia.es/participacion

S E J O D E E X P E R T A

 “La cuestión no es qué sino cuánto ”

Marion Nestle, de la Universidad de Nueva York, es una de las principales expertas en alimentación.

“Estaría preocupada por la expansión de las cadenas en España. Pero no es una cuestión tanto de qué comes como de cuánto y con qué frecuencia. Yo llevaba a mis niños a McDonald’s para sus cumpleaños. Pero muchos en EE.UU. van todos los días”.

Madrid, reino del ‘burger’

La cadena más identificada con las megarraciones crece como la espuma en la capital española

ROBINSON Madrid

Burger King es la menos políticamente correcta de las cadenas multinacionales de hamburguesas, la marca que menos caso hizo en EE.UU. a las campañas contra

el supersizing (raciones sobredimensionadas) tras el éxito del libro Fast food nation, de Eric Schlosser, y la taquillera película Supersize me, de Morgan Spurlock.

Eligiendo como mercado objetivo el de los jóvenes varones de 15 a 25 años, Burger King defendió el derecho de comer lo que a uno le da la gana. Mientras McDonald’s reinventó su marca y su color (de rojo a verde), Burger King contrató al rapero Bling para burlarse de los aficionados de las ensaladas césar. “A Burger

King le importa un pepino su imagen en las clases burguesas”, llegó a decir The New York Times en el 2007.

“Burger King se dirige a hombres a los que les saca de  quicio la idea de que alguien puede decirles qué deberían comer y presumen de comer grandes cantidades

de comida insalubre”, declaró Marion Nestle, la gurú de la alimentación sana de la Universidad de Nueva York en una entrevista telefónica. “Es un modelo de negocio que funciona muy bien”, añadió.

El marketing populista de Burger King recuerda en algún sentido al del gobierno popular de Madrid. Quizás por eso –según los cálculos de La Vanguardia– la capital

española ya tiene más restaurantes Burger King que ninguna otra ciudad en Europa, y aún más que bastantes en EE.UU. Hay 61 en Madrid frente a los diez de  Barcelona. La Comunidad de Madrid alberga 122 Burger King, tres veces más que Catalunya. En cambio, Barcelona y Madrid tienen más o menos el mismo número de McDonald’s.

París rechazó a Burger King hace cuatro años en favor del más chic y ahora más sanoMcDonald’s. Burger King, al menos, es sincero, dijo Jill Richardson, activista

anticomida rápida del blog La Vidalocare. “No intenta convencernos de que su comida es sana como hace McDonald’s, que camufla la realidad”.

La conversión de Madrid en la capital del rey burger se produce sólo cinco años después de que el Gobierno español seleccionara a esta cadena como el enemigo número uno de la campaña contra la obesidad infantil de la Agencia Española de Seguridad Alimentaría y Nutrición (Aesan). La megahamburguesa Big King XXL

–una abreviación que suele utilizarse para denominar la talla de ropa de genteobesa–, de 971 kilocalorías por ración, era un peligro para la salud, advirtió la Aesan.

Pero en la avalancha publicitaria de Burger King en Madrid, el XXL sigue siendo un producto estrella.

Según la calculadora del propio Burger King, la XXL, con queso y beicon (tal como nos invita a hacer Burger King con su consejo “¡Hazlo grande; hazlo gigante!”),

una ración generosa de patatas fritas y una Coca-Cola alcanza las 2.713 calorías.

La presencia masiva de los Burger King en Madrid puede tener que ver con un modelo de crecimiento urbano vertebrado por centros comerciales, autovías y parkings, un entorno, como se ha demostrado en los strip malls estadounidenses, idóneo para los McDonald’s, Burger Kings y Kentucky Fried Chickens. Mientras,

la degradación del centro madrileño engendra como en ciudades estadounidenses un monocultivo de fast food y kebabs. En EE.UU. se habla de urban food deserts (desiertos urbanos de comida). “Si vives en un desierto alimentario no te queda más remedio que comer hamburguesas”, ha comentado Jonathan Safran Foer. Hablaba de Estados Unidos, pero ahora puede estar sucediendo lo mismo en Madrid.

http://www.mensacivica.es/index.php?option=com_content&task=view&id=35&Itemid=54

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